Del estado recaudador al generador de riqueza pública

Está sonando el reloj despertador.

Se le están acabando las horas al sistema que nos convirtió en servidumbre de paso de Norteamérica, apoyado por la globalización económico-financiera y un capitalismo malentendido e importado, que ha llevado a la decadencia política, a la caducidad de un régimen de corrupción y al saqueo sistematizado.

Su elixir fue el mal uso del capital privado que llegó al extremo de hacer valer la regla: “el que paga manda”.

Al mismo tiempo está la gigantesca fábrica de deuda pública que en lugar de financiar el desarrollo propició frecuentes crisis económicas a las que México se enfrentó.

Estos días atestiguan la agonía del TLCAN y evidencian la enorme oportunidad que México tiene para impulsar su verdadera soberanía económica.

Sorprende que México, al tener 10 tratados de libre comercio con 45 países, ha perdido en 12 años el 0.56% de participación en las exportaciones mundiales, pasando del 2.58 al 2.02%, de acuerdo con cifras de la Organización Mundial de Comercio.

Aunado a ello, la apertura de nuestro comercio, sin una política industrial interna, disfrazó la tendencia privatizadora para achicar al Estado y no para incrementar el valor patrimonial de sus activos.

Nos volvimos expertos en fabricar autos, televisiones de marcas extranjeras, pero no fuimos capaces de impulsar las nuestras.

En lugar de tener una industria logística propia, un sistema de infraestructura y servicios públicos que generaran no solo costos de mantenimiento sino valor y riqueza para el Estado, el camino fue la concesión fast-track, gratuita y sin rendimientos para el gobierno.

Gasolinazos e impuestos van a parar a cientos de fideicomisos públicos opacos para pagar las deudas de acuerdos privados con dinero de todos los mexicanos.

Se volvió fácil que la sociedad se convirtiera en la financiadora de la riqueza de unos cuantos, usando de pretexto obra y servicios públicos transformados en Fobaproas, Pidiregas, así como toda clase de concesiones que no reporta ingresos reales al Estado.

La errónea forma de aplicar las Asociaciones Público-Privadas transformó lo que pudo ser un ganar-ganar en concesiones como fuente de vil saqueo.

Ahora, en la ecuación para crecer con prosperidad hay que quitar la variable de la deuda y sustituirla por productividad para generar riqueza pública.

De acuerdo a la Secretaría de Hacienda y Crédito Público, en su medición de marzo de 2015, la productividad en el país ha registrado una tasa promedio de -0.6, de 1990 al 2014. En tanto, el promedio de crecimiento de la economía mexicana, de 1980 a 2013, ha sido de 2.4%.

La productividad como el elemento indispensable para provocar crecimiento económico depende de tres elementos indispensables: la planeación urbana; desarrollo de infraestructura, y servicios básicos en zonas geográficas, primordialmente con inversión de capital de riesgo y no mediante gasto público.

Esta crisis, además de crear un nuevo sistema económico propio, debe revalorar el papel del Estado. Uno capaz de crear ingresos en lugar de coparticipar en saqueos.

Un Estado que haga valer la participación ciudadana real y sepa maniobrar entre -lo que llamaba Jan Gehl- los “profesionales y la cultura del no”.

Debe derogarse la Actual Ley de Asociaciones Público-Privadas Federal que es un catálogo de figuras para contratar deuda pública y financiamientos opacos; en su lugar establecer una Ley de Participación de todos los sectores que determine nuevas figuras de participación, que permita generar inversión con capital de riesgo, con capacidad de generar verdaderos rendimientos sin privatizar y sin comprometer los impuestos para pagar la deuda de las obras.

El gasolinazo es el primer explosivo de un Estado que no sabe crear riqueza pública y, lo peor, que se resiste a querer hacerlo. Lo que viene es la crisis del sistema de pensiones, se debe hacer algo pronto.

La austeridad pública, es un paso, pero no la solución. Solo un Estado generador de riqueza será capaz de afrontar los nuevos retos que demanda México.

Trump puede ser -si nos lo proponemos- el gran despertar para crear un modelo audaz de riqueza para todos. La oligarquía y el sistema de privilegios para unos cuántos debe terminar por el bien y seguridad de todos.

Rompamos la idea de un Estado depredador o privatizador (que así se ha comportado) por uno capaz de hacer lo que Kotler decía: actuar en lo estratégicamente correcto y no en lo inmediatamente rentable.

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